lunes, 21 de enero de 2013

Twilight Princess (XXII)

(Queridos todos;
      no sé si quedará alguien por aquí. Los exámenes me han tenido bastante secuestrada, y además, perdí mi vieja cuenta del fake... y no me veía con ánimos de hacerme una nueva. En cualquier caso, vuelvo a estar por aquí, quizá no con tanta frecuencia, pero si queda alguien que aún me lea... pues gracias :)
   Podéis poneros en contacto conmigo (para sugerir cosas o colaboraciones, o simplemente darme una opinión) a través de los comentarios del blog o en mi correo para este tipo de cosas: wolverine_black@hotmail.com
       Y esto es todo, espero que os guste el rumbo que va tomando la historia.
        Muchos besos,
                    L.)
    

Midna

Las murallas de la Ciudadela no podrán resistir eternamente.
Yo lo veo, Salma lo ve, Perícleo lo ve y Telma lo ve, pero aún así luchamos por mantener los ánimos altos, porque en el momento que los defensores de la ciudad se sientan derrotados, la derrota será solo cuestión de tiempo.
Sobrevuelo la ciudad con mi ave todos los días, rodeada por mi esfera de energía. Señalo los puntos más vulnerables en las murallas, trato de prever la siguiente acción de los invasores, de vez en cuando hago un pequeño ataque relámpago para crear un poco de confusión entre nuestros atacantes. Lo cierto es que tengo miedo de que todo esto sea inútil, de que Zeinan supere nuestras defensas y todo Hyrule acabe sometido a las sombras otra vez.
¿Cómo pueden estar tan ciegos? ¿Soy la única que ve que, en realidad, no tiene sentido que los twili conquisten Hyrule? Este es un mundo de luz, y la luz no es para nosotros. Ni sumiéndolo en las sombras de nuevo llegaría a ser realmente nuestro... nosotros ya tenemos un hogar en el Crepúsculo. No tiene sentido perderlo por simple ambición.
Pero mi pueblo se agolpa ante las murallas de la Ciudadela pidiendo la sangre de los hylianos y sus defensores. Mi pueblo, el pueblo al que intenté gobernar con justicia, manipulado y utilizado para las ambiciones de otro tirano cruel. El dolor que siento es difícil de explicar; me siento traicionada y traicionera, luchando contra mi propio pueblo en lugar de permanecer a su lado en estos momentos.
-¡Midna! ¡Midna, ¿qué ves?!
Sacudo la cabeza para salir de mi ensueño y miro a mi alrededor, concentrada. Las tropas del Crepúsculo rodean la Ciudadela en un campamento perfectamente organizado. Los turnos de guardia son implacables, y no parece que haya nada que pueda quebrar el asedio del Castillo... hasta que veo humo procedente del Lago de Hylia.
-¡Hay escaramuzas en el Lago! - grito, tratando de que Salma me oiga por encima del batir de las alas de mi ave - ¡Hylia! ¡El lago de Hylia!
Veo a la mujer guerrera hacerme gestos de asentimiento con la mano y dirigir a un grupo de defensores hacia la muralla oriental del Castillo. Les sigo desde el aire, vigilando a los twili que me miran con odio desde los alrededores del Castillo. Trato de apartar mi mente de la desolación que me producen esas miradas, y apremio a mi ave hasta el límite de la muralla, donde se posa elegante como una rapaz, plegando sus enormes alas en torno a mis piernas.
Me inclino sobre el cuello del ave, palmeándoselo suavemente, tratando de ver qué ocurre en el Lago de Hylia... sin mucho éxito, todo sea dicho. Está demasiado lejos para que alcancemos a ver algo más que humo de muchas hogueras, enturbiando la vista. Perícleo saca un viejo catalejo y enfoca al Lago de Hylia.
Masculla un juramento entre dientes.
-¡Los zora! - repite Salma, gritando y haciendo gestos a la gente que espera en el patio del Castillo - ¡Han venido los zora! ¡Los zora!
El grito se convierte en un clamor repetido por todo el Castillo entre exclamaciones de júbilo y vítores. Salma y yo, sin embargo, no somos tan optimistas; aunque los zora hayan venido en nuestra ayuda, aún están muy lejos... necesitamos abrir una brecha en el sitio para que puedan llegar a nuestro lado, para que podemos luchar codo con codo.
Cruzo una mirada con Perícleo y Salma, y los dos asienten y vuelven a clavar la mirada en el lejano Lago, seguramente preguntándose cómo vamos a abrirles camino hasta nosotros. Yo me muerdo el labio y sacudo la cabeza; tengo algunas ideas, pero preferiría no llevarlas a cabo a no ser que la situación sea desesperada.
Pero la situación se hace desesperada por sí misma.
Los zora parecen haberse hecho con el Lago, pero no logran hacer retroceder a los invasores lo suficiente como para llegar hasta nosotros.
Es difícil explicar el modo en el que lucha mi pueblo. No somos hylianos, ni humanos. Somos una raza aún joven, apasionada y salvaje... mucho más salvaje de lo que los habitantes de Hyrule podían imaginar. Usamos armas en la batalla, claro, pero nuestra mejor arma son nuestros propios cuerpos. Esbeltos y elegantes, más que luchar danzamos, ejecutamos un rápido baile en torno a nuestros enemigos, antes de superar sus defensas y derribarlos.
Somos criaturas de un mundo oscuro; en consecuencia, no dependemos de la vista tanto como los hylianos. Nuestros ataques son todo instinto, el instinto de lucha salvaje que nos ha hecho sobrevivir en un mundo de oscuridad. Colmillos afilados, cuerpos felinos, mi pueblo es letal en la batalla y los zora, una vez fuera del agua, no tienen nada que hacer contra los míos. Impotentes, desesperados, vemos desde las murallas cómo los twili vuelven a empujar a los zora hacia el Lago, empujando con ellos nuestra esperanza.
Salma y Perícleo dejan escapar gritos de consternación, y de pronto soy consciente de que esta guerra no va a acabar. No vamos a matar a Zeinan y a volver a casa de nuevo, felices y perdonados. En las expresiones de los guerreros que me rodean veo auténtico odio, una rabia como nunca había visto antes. Se me llenan los ojos de lágrimas sin poderlo evitar, pero sacudo la cabeza, decidida; no hay tiempo para tonterías.
-Llévame a la torre del homenaje, pequeño - susurro -. Tenemos que hablar con Zelda.
Con un imperceptible asentimiento, mi ave despliega las alas y se zambulle en el aire, elegante como una flecha recién soltada del arco. Bate el viento con suavidad, ascendiendo poco a poco mientras yo me despido lentamente de las absurdas esperanzas que me había fraguado.

-¿No hay otro remedio?
La voz de Zelda es serena, fría, y yo siento como si se me clavase por dentro.
Aprieto los dientes.
No es la cosa más fría que me he visto a soportar en mi vida. Podré con ello. Y con más.
-Si tenéis otra solución, Reina, estaré encantada de oírla y llevarla a cabo. Pero mientras dais con ella, los zora seguirán muriendo a orillas del Lago de Hylia... y todas nuestras esperanzas con ellos.
Zelda cierra los ojos, enmarcados por profundas ojeras. Está pálida como la luna, y su pelo cae suelto sobre los hombros, desgreñado y liberado del complicado peinado de trenzas que solía lucir. La Reina de Hyrule ha luchado junto a su pueblo, como atestiguan los vendajes en su brazo izquierdo, y el agotamiento ha pasado factura.
Cuando los abre, veo una férrea determinación en ellos.
-Adelante, Midna - susurra -. Tienes mi permiso para lo que pretendes llevar a cabo, Princesa del Crepúsculo.
Abro la boca para responder y despedirme, pero en ese momento, un soldado vestido con una reluciente armadura dorada, abollada y cubierta de sangre. Corre a duras penas hasta Zelda y se deja caer a sus pies, jadeante.
-Mi Reina... - susurra, mientras sangre escapa entre los labios entreabiertos -, mi Reina, hay que abrir una brecha... él... él... mi Reina, debéis escucharnos... él está con ellos...
La reina se arrodilla con gentileza junto al soldado caído y le sujeta el rostro entre las manos con cuidado.
-Os escucho, soldado de Hyrule. ¿Quién está con ellos?
El soldado cierra los ojos con una sonrisa satisfecha, como si su mayor expectativa acabase de verse cumplida. Respira hondo, provocando que más borbotones de sangre escapen de su boca.
-El Héroe de Hyrule, mi Reina... - jadea, aliviado por haber llevado al fin la información a su destinatario, y yo siento que se me para el corazón -. Link de Ordon... está con los zora... Perícleo dice... ha visto ropas verdes... su... catalejo...
La voz del soldado se hace cada vez más débil, sus palabras más incoherentes, pero yo ya he entendido lo que había que entender.
Link está allí.
Link ha traído a los zora, y está luchando a su lado. Puede que incluso muriendo a su lado.
Tengo que llegar hasta él.
-Me voy, Zelda - digo, obviando el protocolo, obviando la educación, obviando todo.
-No me falles, Princesa - dice Zelda, con voz alta y clara, sosteniendo el cadáver del soldado. Sus ojos son dos zafiros helados.
Le dedico mi mejor sonrisa lobuna, enseñándole los colmillos, haciendo aparecer un destello rojo en mis ojos. Las pupilas se me estrechan hasta formar una fina rendija, casi invisible. Todo mi cuerpo se tensa y se arquea, preparado para la batalla.
-No fallaré, Zelda - respondo, con la voz ronroneante y helada -. Puedes estar segura de eso.
Me giro sin despedirme y camino a grandes zancadas hacia la puerta, a la vez que me voy recogiendo la larga melena roja en una coleta alta. Todo mi cuerpo vibra de energía, cada una de las fibras de mi ser me pide que me vuelva y acaba con Zelda, por haberse atrevido a dudar de mí.
Pero no lo hago. Canalizo mi ira hacia donde debo, hacia Zeinan, hacia esta guerra sin sentido. Estoy asustada, me preocupa lo que pueda ocurrir...
Y a la vez, una salvaje alegría me invade.
Voy a la guerra. Voy a luchar.
La sonrisa no desaparece de mis labios cuando monto sobre los hombros de mi ave y con un salvaje grito de guerra nos lanzamos hacia el cielo mortecino, jinete y montura, preparados para la batalla y la guerra. Mi ave deja escapar un agudo chillido que me hace estremecer entera, y yo le devuelvo la llamada, ululando al viento frío de Hyrule, avisando a todo el que pueda oírme de que la Princesa del Crepúsculo va a la guerra y que esta vez, nada se interpondrá en mi camino.

Sigue leyendo... Twilight Princess (XXIII)

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