lunes, 31 de diciembre de 2012

Twilight Princess (XVII)

(Feliz Año Nuevo :3)

Midna

Hyrule es precioso.
Estoy orgullosa, condenadamente orgullosa, de la belleza mortecina del Crepúsculo. Para mi jamás habrá nada más hermoso que nuestro cielo cambiante, como cobre fundido ondulando a la luz del sol. Nuestros edificios afiligranados y destellantes, flotando en la nada. Nunca veré nada más bello que mi hogar, sencillamente porque no lo hay.
Sin embargo, he de reconocer la profunda belleza que emana de Hyrule. Entiendo en cierto modo la melancolía de Link mientras estaba en mi reino. Sus ojos... esa añoranza por la luz. Hyrule es luz pura, destila luz, y mi... no sé si aún es mi prometido... Link amaba la luz. Link está hecho de luz, no del mismo modo que Hashi, pero ambos son especiales para las diosas. Link es su elegido. El Héroe de Hyrule, el elegido de las diosas, tan bueno, tan noble, tan bondadoso... tan perfecto que al principio simplemente lo rechacé de plano, odiando todo lo que no entendía, detestando todo lo que me parecía ridículamente noble. No pude evitarlo.
Al fin y al cabo, estoy hecha de sombras.
No puedo negar mi naturaleza, por mucho que me esfuerce. Siempre habrá algo, algo que no tiene que ser necesariamente malo, porque al fin y al cabo, ¿quién decide qué es malo y qué es bueno? No tengo tan claro que las cosas puedan clasificarse en bien y mal sin más.
A veces dudo.
A veces no puedo evitar recordar los viejos dichos que oí de niña en la corte, cuando mi madre hablaba de casarme y de encontrar al varón adecuado, y mis doncellas hablaban del caballero ideal. Decían que los opuestos se atraen, que el twili con el que me emparejase debía ser exactamente lo contrario de lo que yo soy. También hablaban del ave blanca y el ave negra, que pelean entre sí antes de darse cuenta de que en realidad deben ser una misma criatura.
Cuando recuerdo esas historias...
Link es pura luz. Yo estoy hecha de sombras.
Eso siempre ha estado claro, nunca he tenido dudas al respecto. Su luz me hace feliz, y nunca renegaré de lo que soy.
Pero Link es un héroe, el bien en sí mismo. Y si somos el uno para el otro, opuestos exactos, eso significa que yo...
-No tienes catorce años, Midna - mascullo para mí misma, enfadada -. Céntrate.
Palmeo suavemente el cuello de mi ave. Estas criaturas, para nosotros tan habituales como para los hylianos lo son los caballos, son fieles amigos y valientes compañeros. Su aspecto puede resultar aterrador para los habitantes de Hyrule, porque donde un pájaro (que es a la criatura que más se parecen) tendría la cabeza, nuestras aves tienen simplemente una boca circular, abierta como el cáliz de una flor. Por ella respiran y comen, como cualquier criatura de este mundo de luz, pero la ausencia de ojos y cráneo resulta extraña y desagradable a los habitantes de este mundo. Nuestras aves no necesitan ojos, pues en las zonas más alejadas de los pequeños Taiyos, no hay ninguna luz, y es de allí de donde vienen; ellas se guían por el sónar, y por lo tanto, podemos viajar por Hyrule a cualquier hora del día.
Mi ave chasquea la cola, que restalla con un sonido seco. Está empezando a cansarse, cada vez planea más y mueve menos las alas. La luz continua de Hyrule lo debilita, acostumbrado como está al suave resplandor de los Taiyos, y he de reconocer que yo misma estoy algo cansada. Temo haber cometido una imprudencia al venir aquí... pero quedarme en el Crepúsculo no era una opción.
Además, Link está en este mundo.
El Castillo de Hyrule ya se perfila en el horizonte, rodeado por todas partes por tropas de boblins, moblins... y twili.
El dolor que siento al ver a mi pueblo arrastrado a otra guerra, de nuevo engañado, de nuevo en peligro de ser masacrado, es casi más de lo que puedo soportar. Apenas puedo describirlo, ni siquiera para mí misma; es difícil de entender. Ni siquiera sé si los habitantes de Hyrule lo entenderían; para ellos la monarquía es hereditaria, un beneficio que disfrutar. Cierto que Zelda asume su papel con completa responsabilidad, y que ese peso y la sabiduría con la que ella nació marcada la han hecho distante, casi fría.
Pero en mi hogar las cosas son distintas. Nuestro Rey, o nuestra Princesa, es elegido por los gobernantes anteriores, que seleccionan al que consideran que puede servir mejor a su pueblo, defender mejor sus intereses. Entre nosotros el monarca no es el más importante, si no el que está dispuesto a sacrificarse más por nosotros.
Aunque eso implique acabar con otras razas, con otros mundos.
Aprieto los dientes, furiosa, y clavo los talones en los flancos de mi ave, que chasquea la cola en respuesta, irritada. A pesar de todo, no logro alejar de mí el funesto pensamiento de que tal vez no soy tan buena Princesa como creo, que tal vez la luz de Link me ha cegado y que en realidad, lo mejor para los twili es conquistar Hyrule y pasar por la espada a todos sus habitantes. Una vez más me repito que las bajas serían demasiado elevadas, que las diosas intervendrían en el caso de que llevásemos a cabo una tarea tan atroz. Me repito que la luz de Hyrule nos debilita y que no podemos vivir bajo ella, que no tiene sentido conquistar un mundo y morir por un mundo que en realidad no nos aporta nada.
Todo con tal de no pensar que simplemente soy una cobarde que teme enfrentarse a su amante en una guerra abierta.
Amante que, por cierto, me ha dejado tirada para correr detrás de una muchacha más joven y bonita... y de su misma raza.
Hashi. Maldita Hashi y maldita la hora en la que llegó y decidió quedarse, con su sonrisas idiotas, su continua inocencia y sus maneras fingidas de niña pequeña. He visto muchas twili así, hembras que tratan de ganarse la atención de los varones con un comportamiento estúpido, haciéndolos sentir protectores y fuertes. Siempre creí que Link estaba por encima de eso.
Pero aquí estoy yo, sola y acudiendo desesperada en ayuda de la Princesa de Hyrule, aunque voy más en calidad de mendiga que de refuerzos. Una mendiga ilusa que creyó que realmente tenía una oportunidad para vivir una historia de amor de cuento, y que ahora va con un montón de trocitos de su corazón apretados en un puño a suplicar a una Princesa extrajera que le devuelva una chispa de dignidad.
-Idiota.
A pesar de todo, me las apaño para no llorar. Llevo haciéndolo desde el mismo instante en el que Link me dejó sola en esa habitación, agotada hasta el límite de mis fuerzas, para correr detrás de Hashi. "Hermanita pequeña". Una niña a la que conoce de apenas dos semanas, y que pone por encima de mí.
Y aún así me pregunta por qué dudo.
Link... desde el instante en que vi sus ojos, profundos e insondables como el cielo mismo, de ese color vibrante que podría brillar en la oscuridad... incluso siendo un lobo, incluso mudo y aterrado... desde el momento que cruzó su mirada con la mía, yo ya estaba perdida. Había mucho valor en esa mirada, mucha fuerza incluso a pesar de las dudas. Algo en esa mirada me dio esperanza... aunque fuera la ruin esperanza de utilizar ese coraje para mis propios fines.
Más tarde, aprendí a respetarlo, y luego...
Mi ave se deja caer en picado, y yo salgo de mi embrollo de pensamientos para centrarme en la realidad.
Y la realidad es mucho más desagradable de lo que esperaba.
Los twili, moblins y boblins me disparan flechas, lanzas y todo lo que tienen a mano que pueda dañarme... y también lo hacen los sitiados. Los soldados de Zelda, tanto humanos como hylianos, nos disparan. Mi pobre ave se ve obligado a girar, a ascender y descender a velocidades imposibles, y todo ello estando al límite de sus fuerzas. Me siento profundamente agradecida, pero su respiración empieza a ser demasiado entrecortada, y su vuelo demasiado irregular.
-Ánimo, pequeño. Solo hasta la torre del homenaje, aguanta - susurro, mientras le palmeo el cuello.
Después, me retraigo al interior de mi mente, concentrándome, buscando el origen de mi energía, el poder que nutre a todos los habitantes del Crepúsculo, que corre por nuestras venas tan natural como la sangre. Sé que cuando me sumerjo en él mis marcas brillan con una intensidad casi desmesurada, y lo agradezco, pues confío en que Zelda me reconozca por ellas.
Abro los ojos.
El poder nos rodea a ambos, a mi ave y a mí, protegiéndonos en una esfera de luz broncínea que detiene las flechas. Noto como me consume energía a una velocidad alta, aunque soportable; palmeo el cuello de mi ave una vez más, instándolo a que se dé prisa. Él me responde con un graznido estrangulado, antes de batir las alas con más fuerza por última vez. Se lanza en picado a la torre, y se deja caer sin fuerza sobre el suelo.
El impacto de la caída me saca el aire de los pulmones y me hace volar por encima de la cabeza del ave, que emite gemidos agotados mientras mueve débilmente la cola.
Los soldados de la Princesa nos rodean, amenazándonos con sus largas lanzas, sin saber aún si ensartarnos o no. Trato de ponerme en pie, pero el agotamiento me frena, y apenas puedo incorporarme un poco.
-Soy la Princesa del Crepúsculo - mascullo, renunciando a mi dignidad -, decidle a la Princesa Zelda que solicito una audiencia.
Uno de los guardias por fin se atreve a acercarse y me agarra por el brazo, poniéndome en pie. Los demás, al ver que no estalla en llamas, se acercan con aire triunfante y me sujetan también.
-Una audiencia - repito, subrayando las palabras -. Y que sea rápido.

Zelda.
Zelda, la del rostro solemne y los ojos profundos, el gesto pensativo, como si en realidad estuviera ausente. La belleza serena que parece propia de una estatua, las largas manos enguantadas, el vestido violeta y blanco. La corona de hojas metálicas, doradas y sujetando un zafiro que hace juego con sus ojos. Zelda, la de las manos blancas enguantadas, las hombreras metálicas y las bellas trenzas de cabello castaño, el rostro afilado en forma de corazón, el cuello largo y delicado.
Esta hyliana, esta mezcla entre guerrera y doncella, esta hermosa princesa que una vez me salvó la vida.
No, princesa no... dicen que ya es Reina.
La admiro, y he de reconocerlo, al menos para mí misma. Su sabiduría impropia de sus años, su valor, la capacidad de sacrificio que me hace pensar en ella casi al nivel de una monarca twili.
-Midna - me saluda, y su sonrisa serena es como un bálsamo después de todas las heridas sufridas en los últimos días -, me gustaría decir que me alegro de verte, pero las circunstancias me lo impiden... aún así, bienvenida.
-El sentimiento es mutuo, Zelda, y agradezco profundamente tu hospitalidad - respondo, con una suave inclinación.
Ella sonríe más ampliamente.
-Tal vez tú puedas explicarnos por qué los twili se han alzado en armas contra Hyrule, cuando no hemos incurrido en ninguna provocación previa - su voz serena resuena en el salón, calmando a todos los presentes.  Habla como toda una reina, aunque temo que no le gusta revolver tanto las cosas que podría decir con más sinceridad en menos palabras.
En eso, me recuerda a Link.
-La locura de Zant sigue presente entre nosotros, corrompiendo los corazones de los twili - aprieto los dientes, aunque sé que eso hará que mis afilados colmillos se marquen contra mis labios, cosa que los habitantes de Hyrule encuentran desagradable -. Lo siento, Zelda, es culpa mía. No supe ver hasta qué punto las palabras de Zant habían distorsionado la visión de los míos... ahora siguen al Maestro Zeinan, el que era mi Consejero principal, y no atienden a más razones que las suyas.
Zelda asiente con gravedad, cerrando suavemente los ojos con un gesto de leve dolor.
-¿Por qué acudes a nosotros, Midna?
Por un segundo, le reprocho que me someta a esta humillación, porque ella ya sabe perfectamente que por segunda vez que he sido destronada, que me he visto obligada a renunciar al trono que es mío por derecho. Pero sé que no tiene otra alternativa, que todos sus guerreros deben oírme decir estas palabras.
-La rebelión ha acabado con mi gobierno en el Crepúsculo. Confío en poder redimir mis fallos poniéndome a tu servicio, Zelda, para defender Hyrule del ataque de los míos.
Zelda asiente delicadamente, con una radiante sonrisa.
-Te lo agradezco de corazón, Midna, y estoy segura de que el Rey Ralis estará de acuerdo conmigo cuando logremos ponernos en contacto con él. Necesitaremos toda la ayuda posible, pues estamos casi solos en esta guerra.
Sus últimas palabras caen sobre mí con la fuerza de una losa.
-¿No has sabido nada de Link? - pregunto, sin poder contenerme. ¿No ha llegado hasta aquí? Ha tenido tiempo de sobra para salvar a Hashi... y sé que acudiría en ayuda de Zelda.
¿Qué le ha ocurrido?
El rostro de Zelda se ensombrece al oír mi pregunta. Niega con la cabeza, con cierta brusquedad, como si confiase que yo trajera noticias del Héroe de Hyrule, de aquel a quien todos esperan.
Y entiendo que no ha venido, que no va a venir aunque todos conservan aún la esperanza.
La tristeza en el rostro de Zelda, el agotamiento que flota en la habitación. Mi propio dolor por su pérdida.
"¿Dónde estás?"
Todo es demasiado. De repente, me percato de que mi corazón no está mucho menos roto, si no que está muy entero.
Lo sé porque sigue latiendo.
Cada maldito latido de mi corazón me duele. Cada latido que no recibe respuesta de aquel a quien desea, cada latido que me demuestra que sigo viva sin él. La Reina de Hyrule hace un gesto, y los guerreros, las doncellas y todos los plebeyos que han venido a la corte a escuchar mis palabras comienzan a salir de la sala, y Zelda se acerca rápidamente a mí, tal vez previendo mi flaqueza.
Cierro los ojos y por un segundo, me fundo con el dolor. Por un segundo me permito compadecerme de mí misma y de mis ilusiones; por un segundo me permito recrearme en la tristeza y ahondar en mis emociones hasta darme cuenta de que amo lo suficientemente a Link como para desear que esté vivo y a salvo en cualquier parte, lejos de aquí. Con Hashi o con quien sea, pero vivo y feliz. Por un segundo me permito sentir el agridulce dolor de imaginar que en realidad no ha venido porque está con ella en otra dimensión, aunque en lo más profundo de mi ser sé de sobra que jamás nos traicionaría así.
Por un segundo, me permito dejar de ser una Princesa del Crepúsculo.
Por un segundo soy solo una twili de apenas veintiún años, con el corazón destrozado y sobrepasada por los acontecimientos.
Al segundo siguiente, mi mirada rojiza se traba y se enfrenta con los ojos de aguamarina de Zelda. La Reina de Hyrule ladea suavemente la cabeza en una muda pregunta, y yo asiento, sacando fuerzas de flaqueza.
Estoy bien y pueden contar conmigo.
Yo no soy ninguna niña.

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